Mi propuesta para el Concurso de Caricatura del BID

He dicho que cuando sea grande voy a dedicarme a hacer libros para niños. Es una remembranza de mis épocas infantiles cuando, en compañía de mi madre, descubrí el maravilloso mundo del dibujo. Ella había comenzado su carrera de Artes Plásticas en la Universidad de Antioquia y la interrumpió para casarse con mi padre, supongo que yo hago parte de la continuación de esa carrera a través de la publicidad.

Ahora que ya no me siento un «muchacho» y que la presbicia ha comenzado a aparecer, creo que definitivamente me estoy volviendo grande, es decir, un poco viejo. Así que aproveché la excusa de este concurso del Banco Interamericano de Desarrollo para abrir el baúl de mi infancia, tomar un lápiz y un papel y comenzar a dibujar de un tema que me toca pues lo considero, junto con la corrupción, uno de los grandes líos de nuestra América Latina.

Siempre he creído que  la libertad de expresión, y dentro de ésta la caricatura, son un pilar fundamental de lo que llamamos la sociedad occidental y la sociedad liberal. Sin ella, no importa que tanto desarrollo económico haya, como el caso Chino, no habrá un Estado verdadero que estimule el desarrollo personal y social de sus ciudadanos y la burocracia, el tema de este concurso, es uno de esos lastres que termina por dejarnos siempre en la mitad del camino. Aquí están las imágenes.

La mujer del Animal, un fetiche del discurso políticamente correcto

El mes pasado fui a ver La Mujer del Animal, de Víctor Gaviria. Me pareció insoportable. A pesar de que ya conocía el lenguaje literal del director antioqueño, y había visto Rodrigo D y La Vendedora de Rosas, en esta ocasión nos paramos antes de terminar la película, una amiga y yo, y decidimos abandonar el teatro. Pienso que una cosa es que te muestren la mierda en la que vivimos y otra que, te la restrieguen en la cara y te la hagan tragar a trancazos.

No soy crítico pero me gusta el cine. Desde hace más de treinta años asisto con regularidad a las salas. Aprendí a verlo en el Museo de Arte Moderno de Medellín pues vivía en el barrio Carlos E. Restrepo. Luego estudié publicidad y más adelante psicología, carreras que me ayudaron un poco a entender el lenguaje de la imagen. Reitero, no soy un experto pero tampoco un neófito. Digo lo anterior para tratar de desmontar el primer argumento en contra que suele aparecer cuando alguien osa criticar al afamado director, y es aquel basado en el total desconocimiento.

La mayoría de comentarios que he leído sobre La Mujer del Animal la califican de obra maestra, necesaria para entender nuestra realidad, como si ver cine se tratara de un deber cívico, moral, o un compromiso feminista, y es allí donde considero que comienza el problema. Entiendo la importancia del tema de la violencia de género que trata el filme, pero no creo que eso la convierta automáticamente en una pieza de colección. Por lo menos en varias escenas me pareció evidente que faltaban planos para hacer más clara la secuencia y que sobraba muchas veces la coprolalia de los actores neorrealistas.

Algunos dirán que se trata del pudor propio de quien no conoce la vida diaria de miles de mujeres y hombres de nuestra hermosa y dolorosa Colombia. En nuestra defensa, de mi amiga y yo, debo decir que ella trabajó como psicóloga en la Fiscalía General de la Nación, atendiendo los casos de abuso sexual infantil, mientras yo lo hice, voluntariamente, en mi consultorio, y en la Centro Carcelario de Bellavista de la ciudad de Medellín como psicólogo clínico. Así que puede ser que ella y yo seamos unas gallinas pero no por pudor o por desconexión de la realidad.

A lo mejor se trata de un asunto de excesiva sensibilidad ante el dolor ajeno, finalmente una historia trabaja con la capacidad psicológica del público de identificarse con las emociones de los personajes, o de la incapacidad de soportar, lo que a mi modo de ver es una forma pornográfica de mostrar el dolor. Pornográfica en el sentido de hacer evidente todo y además con sevicia. Pareciera que al director no le interesa manejar los ritmos del espectador para darle tiempo de reponerse de una fuerte emoción, antes de pasar a otra. La falta de ritmos y metáforas siempre ha sido una de mis críticas a las películas de Gaviria.

Recuerdo la película La lengua de las mariposas de José Luis Cuerda y su preciosa forma de mostrar la dura realidad de la guerra civil española a través de Don Gregorio y sus diálogos con el pequeño Moncho. O No, de Pablo Larraín, sobre la dictadura chilena, en la que René Saavedra, encarnado por Gael García, pelea por hacer de la campaña en contra de la continuidad de Augusto Pinochet en el poder, un mensaje alegre y bonito. Sólo por citar dos ejemplos de duras realidades narradas con seducción e imaginación.

Por supuesto, no se trata de pintar de colores la crueldad a la realidad misma pero creo que si la idea era hacernos reflexionar como sociedad sobre la violencia en contra de las mujeres, era mejor hacerlo de una forma que fuera soportable para un público más amplio, no para una selecta intelligentsia, que últimamente no ha hecho sino jactarse de su capacidad para ver, y repetir, la película a la vez que descalifica a los que no asistieron o no terminamos de verla, convirtiendo así a La Mujer del Animal en un fetiche del discurso políticamente correcto.

Tina, «la perrita más jeroz de tuitica la manada»

No sospechaba que mi viaje a Bogotá a ver el Circo del Sol me pondría a hacer tantos malabares. Corría el mes de Abril del año 2013, cerca de Semana Santa. Había viajado con mi amiga Isabel Travecedo a ver a Varakai, y al llegar a la taquilla descubrimos que las boletas eran para un mes después. Habíamos confundido «Mar» con Marzo, y realmente significaba martes. Con los tiquetes de avión sin posibilidad de moverse y ya entrados en gastos, decidimos comprar unos nuevos para esa noche. Al día siguiente viajamos a conocer uno de los municipios más bellos de Colombia, Villa de Leyva.

A cerca de cuatro horas de Bogotá, Villa de Leyva es uno de los municipios más históricos de Boyacá y de Colombia. Además de su arquitectura colonial, con empedradas calles, Villa de Leyva cuenta con las ruinas de un hermoso observatorio astronómico Muisca llamado El infiernito. Los conquistadores españoles dejaron poco para ver, por considerarlo un espacio de adoración pagano en el que las representaciones fálicas daban cuenta de la vinculación de nuestros antepasados indígenas con el mismísimo demonio. Sin embargo, al igual que en la Acrópolis de Atenas, los restos que quedan, por fortuna, siguen hablándonos.

Y fue precisamente a hablarnos que salió Tina, en medio del camino que hay de El infiernito al fósil del dinosaurio, otro sitio turístico cercano. Debajo de una enorme roca se encontraba una cachorra de menos de un mes de nacida, que salió a nuestro paso. El grupo con el que caminábamos estaba compuesto por una pareja de Bogotá, dos chicas de Medellín e Isabel y yo. Nos detuvimos a mirarla y pensamos que tal vez se le había escapado de la camada a su madre. Preguntamos en las fincas cercanas pero no me supieron darnos razón. La perrita se veía totalmente deshidratada y desnutrida. Si la dejábamos no sobreviviría.

La tomé en mis brazos, le hice una foto para buscar ayuda en redes sociales, que guardo todavía, y comencé a indagar en las fincas del camino si sabían algo de la suerte de esta pequeña cachorra o si podrían adoptarla. Lo único que atinaron a decirme en una de las haciendas, fue que la perrita llevaba varios días abandonada, y que la llevara conmigo. ¡¿Qué?! Yo no podía. Ya tenía dos perros y había viajado desde Medellín en avión. No tenía como adoptarla. Mientras tanto, la pareja bogotana comenzó a separarse lentamente del grupo, y no volvimos a verlos hasta el día siguiente. Seguramente los asustó la posibilidad de que les endilgáramos este nuevo compañero de viaje.

Entramos el pequeño rollo de carne con pelos al hotel, camuflado entre una chaqueta y una bufanda, en los que pasó la noche mirándonos, tomando agua y comiendo un poco de comida enlatada. Teníamos la esperanza de que al día siguiente encontraríamos a la señora que, supuestamente tenía un albergue y recibía este tipo de casos. Nuestro bus de regreso a Bogotá salía en la mañana. Finalmente localicé la tienda de dulces de María Medina, en la que se encontraba su madre. Me dijo que no tenían un albergue, que simplemente habían recogido algunos perros para no dejarlos a su suerte, pero que la tienda les daba escasamente para sobrevivir. Me ofreció una bolsa de suero y una jeringa con la que mantuvimos hidratada a Tina, la valiente Valentina, hasta que llegamos a Bogotá. No hubo alternativa.

Buscaríamos en Bogotá un adoptante entre los animalistas de la ciudad más grande de Colombia, por medio de las redes sociales. Imposible que no apareciera nadie. Recuerdo que el papá de una conocida, que vive en la capital, prometió ayudarnos a encontrarle hogar a la perrita, para al final recomendarnos que llamáramos a la línea de protección animal, pues allí a lo mejor nos daban una mano. La cuenta regresiva para el vuelo a Medellín llegaba a su fin y no aparecía un hogar para la valiente sobreviviente. Algunos compartían la información pero nadie se vinculaba. ¿Qué podíamos hacer?

Llamamos a VivaColombia para conocer los requisitos de viaje en cabina para una mascota. Debía ir en un guacal y tener certificado de veterinario y vacunas al día. ¿Vacunas? Si vacunábamos a Tina en ese estado de desnutrición, las vacunas la matarían. Ninguno de los médicos veterinarios a los que llamamos ese domingo quiso arriesgarse a darnos el certificado, aunque reconocieron que la perrita estaba muy mal como para recibir los anticuerpos. Isabel también es médica veterinaria, lo cual fue una fortuna para mantener viva a Tina, pero no contaba en ese momento ni con su talonario ni con su sello. Así que llamé a una amiga diseñadora que vivía en Medellín para que me hiciera una hoja con los datos de Isabel y me la enviara por correo electrónico para imprimirla.

No había tiempo para pensar. El vuelo salía al otro día. Las chicas que caminaban con nosotros en Villa de Leyva decidieron patrocinar el tiquete aéreo de Tina, y yo su hospedaje en Santa Elena, mientras le conseguíamos casa. Compramos un guacal rojo y salimos temprano hacia El Dorado. Recuerdo que antes de hacer el Check In, Tina comenzó a rasguñar la malla del guacal para anunciar que quería orinar y defecar. Ambas buenas señales de recuperación y de instintiva educación. Llegamos a Rionegro con una nueva compañera de viaje que rápidamente demostró su fiereza para defender el territorio, y su ternura para jugar con los demás cachorros. Al llegar comenzamos la búsqueda de su nueva casa pero nadie apareció. Al parecer Tina había encontrado su hogar desde el momento en que empecé a buscárselo.

Uno, dos y tres, la abogada de Seguros Sura vuelve a mentir otra vez

Todo comenzó hace más de dos años. Un camión de la empresa de Helados mexicanos YomYom me embistió por detrás en medio de un trancón en el sector de Llanogrande en el Municipio de Rionegro, dejando mi Renault Sandero en pérdida total y mi cuello y mis perros, que viajaban atrás, bastante maltrechos. Como mi automóvil estaba asegurado con Sura, primero comencé el proceso de reclamación por el daño del vehículo y luego del fallo del tránsito, como tercero afectado. Las cosas no pintaban bien desde el principio. Luego de declarar mi vehículo como pérdida total, tardaron más de dos meses en pagármelo y cuando solicité que me devolvieran los accesorios no asegurados de éste, me respondieron que ya me los habían entregado, cuando en realidad sólo lo hicieron un mes después (imagen 1).

Seguros Sura dice que devolvió accesorios un mes antes de hacerlo
Imagen 1

«¿Era en la Fiscalía de Rionegro?»

Realicé la tortuosa gestión de colocar la denuncia en la Fiscalía y soportar la prepotencia del único galeno de Medicina Legal en Rionegro. Después tuve que enviarle la citación al conductor del camión a la dirección que había puesto: Polideportivo sur de Envigado, algo así como poner Parque Nacional en el caso de Bogotá. El hombrecillo no contaba con que en el pasado yo había sido cliente de Helados YomYom y tenía la dirección de la empresa. Eso sí, me pareció inaudito que fuese las víctimas de los procesos, quienes denuncian, quiénes tuviéramos que enviar y asegurar el recibo de la notificación judicial ¿Eso mismo debe hacer una mujer al denunciar una violación? En fin.

El día de la audiencia, nadie se presentó para representar al denunciado, de modo que de la Fiscalía llamaron para averiguar el porqué de la inasistencia (A pesar de que en la citación afirman que la no asistencia dará comienzo al proceso legal). Cuando finalmente lograron comunicarse con Juliana Walker Cortés, la abogada de la aseguradora, la astuta profesional dijo que se encontraba ocupada, que la llamaran en cinco minutos. En la siguiente llamada aseguró que se encontraba en la Fiscalía de Medellín pues había pensado la citación era en ese lugar. Curiosa equivocación de una profesional del derecho, más aún sabiendo que tanto el encabezado como el pie de página de la citación, informan claramente la dirección del lugar (imagen 3).

«Mándeme los documentos para responderle»

Para la siguiente audiencia, cuatro meses después, la abogada se hizo presente anunciando que estaba asistiendo con el fin saber de qué se trataba el proceso porque no tenían idea en la compañía. Acordó con mi abogada que, para que para no tener que desplazarse nuevamente hasta Rionegro, ya que sus múltiples ocupaciones se lo impedían, recibiría los documentos en su oficina de Medellín para darles trámite. Allí se los entregó personalmente mi abogada con la promesa de que respondería en las siguientes semanas. Pasaron cerca de sesenta semanas, año y dos meses, en los que nunca respondió (imagen 3).

Mi abogada consiguió otro empleo como empleada oficial y alcancé a ir y volver a Europa a estudiar, sin tener la más mínima noticia de la abogada de Sura. A finales del año pasado estuve llamando durante un mes a Sandra Ángel, encargada del área legal de la compañía, sin obtener respuesta. Al ver que el proceso cumpliría dos años, decidí ir directamente a AutoSura y llevar algunos de los documentos para intentar otra vía de reclamación, por lo menos por parte de los daños. Me enviaron una carta diciendo que me habían tratado de comunicar conmigo insistentemente, lo cual no sucedió (imagen 2) y días después me llamaron de la Fiscalía para una nueva audiencia, la cuarta desde que tengo memoria, para el 8 de abril.

Seguros Sura dice que llamó pero no lo hizo
Imagen 2

«La conciliación se ha visto truncada por la continua modificación de la reclamación»

Con mi nuevo equipo de abogadas revisamos el caso antes de ir, mirando qué faltaba e indexamos los valores a tiempo actual. Así se los presentamos a la abogada de Seguros Sura que asistió en reemplazo de la doctora Juliana Walker, quién de nuevo estaba muy ocupada para asistir. La representante se Sura afirmó que su compañera le había entregado todos los documentos que sustentaban mi reclamación, y estaba autorizada por Seguros Sura para ofrecerme una cifra «razonable», equivalente a menos de cuarta parte de mis pretensiones. Más de dos años después, era la primera respuesta formal de la aseguradora. Como obviamente no conciliamos, quedó en que evaluaría el caso con la Compañía y me respondería a más tardar el viernes 17 de abril, lo cual tampoco sucedió.

Así que me quejé con el Defensor del Cliente de Sura por la dilación de éste proceso y en respuesta, ahora el gerente de asuntos legales de Seguros Sura Sebastián Felipe Sánchez, afirma que el ánimo conciliador de Sura se ha visto truncado debido a que no cuentan con los documentos que sustenten la reclamación y a que he modificado constantemente mis pretensiones (imagen 3). ¿Perdón? ¿No los tuvo en su despacho la abogada Walker durante más de un año sin decir si sí o si no? ¿A qué llaman modificar «constantemente» las pretensiones? Constantemente, creo yo, es que los clientes tenemos que pagar las pólizas de seguros que cambian de acuerdo a cientos de variables inexplicables y no por ello dejamos de hacerlo.

Seguros Sura dice que no ha recibido documentos cuando se le entregaron hace más de dos años
Imagen 3

Como supongo que la actitud de la abogada de la aseguradora continuará por la misma senda, propongo señores de Sura, con todo el respeto que se merecen, que cambien el tigre por un Pinocho o por lo menos le pongan su nariz. Así desde el comienzo los clientes sabremos a qué atenernos y dejaremos de perder tanto tiempo y dinero. Yo, por mi parte, ya cancelé mi seguro de vida con Ustedes, no quiero tener que reencarnar o venir del más allá a seguir reclamando.