El que quita lo bueno

Todos tenemos vecinos, compañeros de trabajo o estudio, jefes indolentes y abusivos. Es parte de la lamentable consecuencia de una cultura que privilegia el egoísmo y desconoce el espacio personal de los demás. Esta es la historia de uno de esos tantos, que escudados en su posición privilegiada, llegó a montar un apéndice de su dominios en tierras guarceñas. Empezó por crear un grupo de WhatsApp en el que nos metió, sin consultar, para luego darnos indicaciones y solicitar los favores que el mismo no hacía.

Un día llegaba yo a la universidad a dar clase cuando recibí una llamada del personaje. Me decía que quería instalar las señales de número de casa que pone el cuadrante de la policía y buscaba saber si nosotros nos sumaríamos a su iniciativa. Le dije que no, que con las cámaras que teníamos instaladas creíamos suficiente el efecto disuasivo y que la policía de El Retiro hacía poco o nada cuando se le llamaba. Cámaras de las que después él mismo se escondería.

Aproveché y le pedí el favor de que no se guadañara los domingos, como venía hacíendose desde hace meses, para así posibilitar el descanso de todo el vecindario y procurar una sana convivencia (Lo cual sigue haciendo a la fecha de esta publicación, más de un año después a pesar de nuestras sucesivas solicitudes ante el Inspector de Policía de El Retiro, convidado de piedra). Me respondió que el señor que le guadañaba solo podía los domingos así que «toca», me advirtió. Días después, mientras daba clases recibí un mensaje del mismo personaje, muy disgustado porque el señor que nos ayuda con la jardinería, estaba podando los arbustos del lindero y había dejado unas ramas en la servidumbre. Le respondí pidiendo un poco de paciencia mientras se retiraban las ramas y usando su misma expresión: «toca».

«Toca», pero solo a los demás

«¡¿Toca?!», no señor, eso no se le podía decir a todo un decano. Él sí a nosotros, pero nosotros a él ¡qué tal!. Así sucede con ciertas estructuras narcisistas de la personalidad o privilegiadas de la sociedad. El que quita lo bueno entró en cólera y se tomó el trabajo de recoger los restos que quedaron de la poda para tirarlos justo en la entrada de nuestra finca. Eso sí, escondiéndose de la cámara y dejando, creo yo que imprudentemente, una prueba de su fechoría: un mensaje en WhatsApp en el cual nos advertía que como a nosotros no nos había interesado su reclamo, a él tampoco le interesaría nuestro bienestar.

El mensaje lo escuché días después en un descanso entre las intensas grabaciones que teníamos en TeleAntioquia para finalizar el año 2023. Era el mensaje de un capataz, edulcorado con la expresión «espero no molestarte y que esto no escale» (explicación no pedida, culpabilidad manifiesta), mientras tiraba las ramas en el portón de salida de nuestra propiedad, lo que impediría que Laura y Cristóbal, aún bebé de un año, pudieran salir en caso de una emergencia. Ahora fui yo quien entró en cólera.

Las ramas que impidieron que el motor de la puerta se deslizara sin problema esa noche, no habían sido dejadas por el jardinero, como creí inicialmente, sino que habían sido dejadas con toda la mala leche, por un vecino intolerante que nos pedía a nosotros lo que él no estaba dispuesto a ofrecer. Revisé las grabaciones de las cámaras y ahí estaba él, escondido detrás de la primera columna de la puerta, creyendo impune su acto cobarde y además indigno de su figura social y académica.

Publiqué una captura de esta imagen, sin citar su nombre, denunciando aquel vergonzoso hecho de intolerancia. Pensé en acudir a la inspección, pero sabía de la negligencia de esta institución en El Retiro en la que ya había tenido un evento en el que era claro que los funcionarios me reconocían como un personaje opuesto a los intereses del alcalde y estaban dispuestos a cobrarlo a través del desgaste propio de sus citaciones (Ágatha, el animal feroz). El que quita lo bueno lo sabía y en un acto de oportunismo fue a quejarse por la poda y esta publicación en mi página de Facebook.

La siguiente es mi respuesta al proceso en la Inspección de Policía por «dejar elementos peligrosos en la vía» e «incitar a riñas con comentarios agresivos» que instauró cínicamente el decano, y que luego escalaría al Juzgado de El Retiro y la Fiscalía -todo en menos de un mes y sin esperar el pronunciamiento de ningún ente judicial-, con la intención, claro, de tratar intimidarme para que no se conociera la asunto. De hecho, días después dejé de tener acceso al Grupo oficial de Facebook de la Facultad de Publicidad UPB, de la cual soy egresado. Esta publicación es un intento por mantener vivo el poder de la palabra, la libertad de expresión y apelear a la sanción social, como única medida que prevalece en un país donde el Estado es un elefante dormido. El nombre del personaje ha sido reemplazado por el título de esta publicación.

La historia completa

Ni se dejaron elementos en las vía que representaban riesgo para la vida o la integridad ni se hicieron comentarios que incitaran a riñas y confrontaciones, al menos de mi parte.

Finalizando el mes de octubre de 2023, mientras me encontraba dando clase en la Universidad, recibí un mensaje de WhatsApp de El que quita lo bueno quejándose por la presencia de unas ramas en la servidumbre que comparten las cuatro fincas del Ramal Samarkanda. Ramas producto normal de la poda de unos setos que realizaba el jardinero en ese momento. Le respondí pidiéndole un poco de paciencia, mientras el jardinero terminaba su labor y procedí a contactar a mi esposa para que le recordara a Raúl, el jardinero, que debía recoger las hojas -como en efecto sucedió-, y seguí en mi labor docente. Al llegar por la noche no pude ingresar a mi propiedad pues la puerta se atoró en una hojarasca que había en todo el riel del motor eléctrico, no sabía que había sucedido. Días después vi el video de las cámaras de seguridad y escuché el audio que El que quita lo bueno nos dejó notificándole de que sería él quien personalmente la tiraría en nuestro portón para aleccionarnos a mi trabajador, a mi familia y a mi por no seguir sus órdenes de recoger las hojas de inmediato.

La versión que entrega a este despacho el vecino y decano de una querida Universidad, de la cual soy egresado, omite convenientemente los puntos importantes que explican el conflicto de lo sucedido, poniéndose en calidad de agredido cuando es justo al revés. Raul, el jardinero, relata que el señor que quita lo bueno «llegó todo grosero, ni saludó ni nada, a pedir que le corriera unas ramas ahí». Es absurdo pensar que el maltrato conduce a la colaboración efectiva y que la pequeña discapacidad cognitiva de Raúl, no le permitiría comprender el trato irrespetuoso por parte del decano. También es absurdo pensar que se puede poner en riesgo el bienestar de una familia con un bebé y esperar que está se quede callada, como lo ha pretendido El que quita lo bueno. Mi esposa y mi bebé se encontraban solos en nuestra finca, mientras El que quita lo bueno arrojaba las hojas, que quedaron después del barrido del jardinero, en todo el riel de deslizamiento de la puerta de ingreso a la casa familiar, en un horario nocturno cuando no es posible removerlas fácilmente para salir en caso de necesidad o emergencia.

Como mencioné, cuando llegué a mi casa, la puerta se atascó en las hojas y debí bajarme a limpiar parte del riel con la mano para que las ruedas de la puerta funcionaran. Mi esposa, sin embargo, no habría podido hacer lo mismo para salir, puesto que la pendiente de salida de nuestra propiedad es muy pronunciada y el carro no puede detenerse mientras sube los rieles. Es decir, Laura había quedado atrapada con nuestro hijo Cristóbal, antes de que yo llegara, debido a la imprudencia del señor que quita lo bueno, quién disgustado por la supuesta falta de colaboración del jardinero y mi imposibilidad de responder todos sus mensajes, decidió tomarse el trabajo de recoger las hojas sobrantes del barrido del corte de los setos, que no interrumpían el paso de nadie, y tirarlas, no al lado del camino, no en un rincón de la servidumbre sino en toda la puerta de nuestra propiedad. Eso si, no sin antes dejarnos un mensaje de audio en WhatsApp, en tono desafiante, advirtiéndonos que como le habíamos pedido paciencia con el jardinero, ahora tuviéramos paciencia nosotros y que como le habíamos pedido respetar la convivencia hacia pocos días, no guadañando los domingos desde antes de las 7 AM pues que ahora respetáramos nosotros esa misma convivencia. Quince días después, otra vecina también podó sus setos y los restos de estos, ramas y hojas, estuvieron cerca de dos semanas en la servidumbre, pero de este acontecimiento, por supuesto, no hay queja en esta inspección por parte del señor que quita lo bueno, demostrando que el problema no fue el hecho si no las personas.

Posterior al incidente de intolerancia del que fuimos víctimas mi familia y yo, recibí una citación a la inspección por una queja del señor que quita lo bueno sobre el hecho, acusándome de haberlo provocado. Así entonces, el señor que quita lo bueno en vez de disculparse con nosotros por su actuación imprudente -poniendo lo malo a una sana convivencia y olvidando que hemos sido tolerantes con los perros de su guardería canina, que se pasan con frecuencia a nuestra propiedad, orinando nuestros muebles y regando nuestra basura-, decidió que la mejor forma de defensa era el ataque, hostigándonos jurídicamente no solo con esta queja en la inspección sino también con la Fiscalía y una tutela en el juzgado, donde dicho sea de paso, ya fue fallada también la segunda instancia en contra las pretensiones del señor que quita lo bueno, ratificando como improcedente su acción.

Cansado de la actitud pendenciera del señor que quita lo bueno e indignado por su cinismo, ante el evidente peligro que representó está última actuación de tirarnos los restos de la poda en toda la puerta de ingreso, decidí dejar constancia del hecho de intolerancia, como periodista que soy, en mi página de Facebook. Cabe anotar que la publicación no menciono el nombre del agresor, pero obviamente él se siente identificado y molesto al reconocerse. La publicación hace pasar por la palabra y no por los hechos de violencia, un acontecimiento lamentable por parte de quién debería haber actuado con el respeto que exige la vecindad y la dignidad que su figura académica y social le sugiere. 

Decían los abuelos que si uno no quiere que algo se sepa, no debería hacerlo. El vecino y decano sí lo hizo y ahora pretende que no se sepa instrumentalizando el copado aparato judicial para victimizarse y tratar de intimidar a un vecino y exalumno periodista.

Finalmente, hace un mes, en febrero de 2024, cuando Raúl terminaba su labor de guadañar en mi propiedad, un personaje comenzó a gritar desde el lote del señor que quita lo bueno: «¡Naranjo, Naranjo, otra vez esta misma mierda. Sali si sos tan berraco!», bramaba a voz de cuello. Podía ser El que quita lo bueno o su hermano, generalmente más maleducado que el propio decano. No respondí a la provocación. Salimos luego a la servidumbre para cerciorarnos de que el camino estaba despejado y vimos que en efecto solo había los normales restos de grama que Raul ya había comenzado a barrer después de guadañar. Tomamos fotos para dejar constancia. Al regresar a casa encontramos una llamada perdida de El que quita lo bueno a la que tampoco respondimos para evitar insultos o confrontaciones como los que proponía quien gritaba desde el lindero. Al parecer no se puede tocar con la hoja de una yerba la servidumbre, que nos pertenece a todos.  

Quiero dejar claro que aquí no hay ninguna contravención al código de Policía, al menos por nuestra parte. No se dejaron obstáculos peligrosos en la entrada de la finca de El que quita lo bueno, cosa que si sucedió voluntaria e intencionalmente en la nuestra por parte del quejoso. Y tampoco he hecho comentarios que inciten a riñas, a menos que la publicación de la verdad misma, le produzca eso al vecino, caso del cual no es menester que se ocupe la ley. Una cosa es que a uno le moleste lo que otros dicen sobre sus actuaciones y otra muy distinta, que sea una contravención o un delito. Propongo que El que quita lo bueno asuma su responsabilidad como adulto y deje de hacernos perder tiempo y recursos a todos, incluyendo al municipio de El Retiro y a sí mismo, por quejas y denuncias sin fundamento y originados exclusivamente por su actuaciones. Los pendientes solo pueden conducir necesariamente al mismo destino del fallo de tutela que en primera y segunda instancia dos jueces de la República han considerado como improcedentes.

Sinceramente,
Carlos Naranjo

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C3 – Colegio de Ciencias del Comportamiento: Un centro de Excelencia en el estudio del Comportamiento Humano

C3, también conocido como el Colegio de Ciencias del Comportamiento, es una institución educativa y de investigación dedicada al estudio interdisciplinario del comportamiento humano. Lo fundamos con el objetivo de formar profesionales y generar conocimientos que contribuyan al entendimiento y mejoramiento de la conducta humana en sus múltiples dimensiones, y por ello trabajamos para que C3 se posicione como una referencia en su campo.

Enfoque Multidisciplinario

El comportamiento humano es un fenómeno complejo influenciado por factores biológicos, psicológicos, sociales y culturales. Por ello, en C3 adoptamos un enfoque integral y multidisciplinario en su enseñanza e investigación, combinando áreas como la psicología, la neurociencia, la sociología, la antropología y la educación. Esta visión amplia permite abordar problemáticas desde diversas perspectivas, promoviendo una comprensión más profunda y holística de la conducta humana.

Programas Académicos

En C3 ofrecemos una variedad de cursos en línea orientados a la formación de profesionales altamente capacitados en el estudio del comportamiento. Los programas abarcan desde psicología clínica y organizacional, hasta investigación en neurociencias cognitivas, desarrollo humano y educación. Con un enfoque tanto teórico como práctico, los estudiantes de C3 – Colegio de Ciencias del Comportamiento, tienen la oportunidad de adquirir conocimientos avanzados y aplicarlos en contextos reales.

Entre los programas más destacados se encuentran:

  • Psicología y Comportamiento Animal: Capacita a los estudiantes para evaluar y tratar problemas de comportamiento y contexto en animales domésticos.
  • Comportamiento del Consumidor: Explora la relación entre el la psicología y los fenómenos de consumo y mercadeo.
  • Finanzas Personales: Se centra en el comportamiento humano en los entornos de decisión diaria de consumo, ahorro e inversión

Investigación de Vanguardia

Uno de los pilares de C3 es la investigación científica. En la institución dedicamos buena parte de nuestro tiempo a la producción de estudios que contribuyan al desarrollo del conocimiento en las ciencias del comportamiento. Nuestros centros de investigación colaboran con universidades e institutos locales y nacionales, llevando a cabo investigaciones que exploran temas como el desarrollo infantil, la cognición, la etología, el comportamiento social y los trastornos mentales.

Además, en C3 promovemos la investigación aplicada, lo que significa que los avances no solo tienen relevancia académica, sino que también impactan directamente en la creación de políticas públicas, la mejora de las prácticas educativas y el bienestar social.

Innovación y Tecnología

En C3 – Colegio de Ciencias del Comportamiento también nos destacamos por el uso de tecnologías avanzadas en la enseñanza y la investigación. Desde las simulaciones de realidad virtual para el estudio del comportamiento social, hasta la aplicación de técnicas de neuroimagen para explorar el funcionamiento cerebral, en C3 está a la vanguardia en la integración de la tecnología en las ciencias del comportamiento.

Impacto Social

Uno de los aspectos más importantes de C3 es su compromiso con el impacto social. La institución trabaja de manera cercana con comunidades, organizaciones y gobiernos para aplicar sus conocimientos en la resolución de problemas sociales críticos. Esto incluye desde la implementación de programas para la promoción de la salud mental y el bienestar, hasta el desarrollo de estrategias para mejorar la convivencia en entornos educativos y laborales.

El Colegio de Ciencias del Comportamiento (C3) es mucho más que una institución académica. Es un centro de innovación y excelencia en el estudio del comportamiento humano, en el que combinamos la enseñanza de calidad con la investigación de vanguardia y el compromiso social. A través de nuestro enfoque multidisciplinario, en C3 formamos profesionales altamente capacitados y generamos conocimientos que tienen un impacto tangible en la sociedad.

Si estás interesado en comprender mejor la conducta humana y contribuir al bienestar de las personas, en C3 ofrecemos una plataforma única para el aprendizaje online y la investigación en este fascinante campo. Visita nuestro sitio web www.C3-edu.com

El Hulk que todos llevamos dentro

Me encontraba esperando el paso en la vía que conduce del sector de La María al municipio de El Retiro donde vivo. Era una curva, pero por fortuna había un operario que alternaba su paleta roja y verde con los letreros de pare y siga. Me enseñó el lado verde mientras en medio de la curva se veía a un obrero haciendo la señal de pare con las manos a quien fuera que viniese pero no sirvió, nos encontramos de frente mi predecesor y yo con otro par de carros que venían en sentido opuesto y sendos conductores enfadados. No lo podía creer, además de pasarse la señal se enojaban con los que llevábamos la vía.

Por la ventanilla le dije, muy calmadamente, a la mujer que conducía el primer auto, que tuviera en cuenta que le habían dicho que parara, mientras el hombre del carro de atrás gritaba y manoteaba mientras me miraba detrás de su vidrio polarizado. Supuse que no era una ópera lo que me dedicaba, de modo que, de repente, me encontré lanzándole improperios al conductor, yo sí con el vidrio abajo, mientras éste continuaba su perorata al estilo de la ópera. Cinco segundos después reflexioné. Yo, «todo un psicólogo», diciéndole «la grande» a otro ser humano en plena vía pública ¿Qué dirían mis perros si me vieran ladrar así? ¿Y qué diría mi madre o mi abuela? ¿Sabrían ellas mejores formas de insultar?

Un poco más abajo descubrí a otro operario, justo el del otro extremo de la vía, con su paleta roja y verde entre las manos y cara de confusión. Al parecer, él también le había dado la vía a los carros que venían, posibilitando el desafortunado encuentro de los carros que venían con los que íbamos, así que todos creímos que llevábamos la vía y que el otro era un irrespetuoso. De inmediato pensé en el tema de la cultura ciudadana y la difícil convivencia en urbes cada vez más abarrotadas.

A veces estamos tan convencidos de que tenemos la razón, que descartamos toda posibilidad de considerar que el otro tenga un buen motivo para hacer lo que hace. Claro, esto puede ser un caso excepcional pero demuestra que no se trata sólo de cumplir las normas de convivencia -pare y siga- sino también de mantener una perspectiva más amplia de la situación para considerar el punto de vista ajeno, por absurdo que parezca. El energúmeno que pita detrás nuestro puede ser un idiota impaciente, pero también puede ser un padre que lleva prisa para llevar a su hijo al médico. Seguramente sucede más lo primero que lo segundo, pero partir de la mala intención o del abuso del otro ayuda poco a la convivencia y la paz interior.

Tal como afirma el psicólogo estadounidense de origen israelí Dan Ariely, «A los humanos nos gusta pensar que somos objetivos, racionales y lógicos. Que tenemos la razón. Algunas veces es cierto, pero también hay muchas ocasiones en que nuestro sesgo cognitivo suele extraviarnos». Y en medio de ese extravío está la convivencia y buena parte de la violencia que padecemos día a día los colombianos. Por ejemplo, ¿sabía usted que la mayoría de los lesionados en los accidentes de tránsito en nuestro país, no provienen de los choques sino de los enfrentamientos entre los afectados?

Tenemos muchos problemas de convivencia en Colombia, y las vías son un caso especial. Es como si al subirnos a un vehículo (carro, moto, bus, incluso a veces patineta o bicicleta) nos transformáramos al mejor estilo del Hombre increíble -Hulk- y no pudiéramos controlar lo que sigue. Bruce Banner, protagonista de la serie, lo sabía y por eso advertía constantemente: «No soy yo cuando me molesto». Hombres y mujeres de trato dulce en persona pueden transformarse en verdaderos energúmenos al volante. El sentirnos rebajados en nuestra jerarquía, sumado al anonimato y la protección de estar dentro de un vehículo con la posibilidad de huir rápidamente, hace que pasemos fácil el punto de no retorno en el autocontrol.

Incluso algunas publicaciones hablan del Síndrome de Hulk o Trastorno Explosivo Intermitente (TEI) para referirse a las expresiones extremas de enfado, llegando hasta el punto de rabia incontrolada, que termina por configurar una reacción claramente desproporcionada con respecto a la circunstancia que la produjo. Nuestras calles y avenidas son testigos diarios de este suceso ¿No somos capaces de expresar la molestia de forma moderada? ¿Es todo o nada? Tal vez aquí yace, en nuestro caso, otro triste rezago de los narcos que nos obligaron a quedarnos callados hasta explotar.

No hay una solución mágica para la convivencia y menos con una naturaleza humana tan proclive a la autoconfirmación de su propia razón y la debilidad de su sistema de control, localizado en el recientemente adquirido lóbulo frontal. Sin embargo, es también esa naturaleza la puede ayudarnos a reconocer que en el otro hay alguien como nosotros y que puede equivocarse sin una mala intención. Respirar profundo, saber que al estar en un auto debemos tener precauciones adicionales sobre nuestras emociones y procurar no tomar los inconvenientes como algo personal, puede ayudarnos controlar un poco el Hulk que todos llevamos dentro.